Hasta hace 11 años más o menos—para mi— la indumentaria para bailar eran los leotardos, pues es con lo que se hace danza contemporánea o ballet. Cuando decidí tomar clases de bellydance para a convivir con mi hija, fue un choque cambiarlos por tops o camisas cortas que dejaran al descubierto el abdomen. De hecho, los primeros 6 meses usé leotardos, pues no había forma de que YO me los quitara, así como los calentadores en mis tobillos. Era un lunar en esa clase.
No sé cuándo ni cómo fue, pero un día ya no usé más mis leotardos y enterizos. Aprendí a ver mi cuerpo desde otra perspectiva y gracias a los movimientos de cadera y las ondulaciones recapacité que no tendría otro chiste que mostrar el abdomen, aun cuando por detalle, había estrías producto de la concepción y nacimiento del amor de mi vida.
Entonces, pensé: me pela, no hay como bailar con el vientre al descubierto, me encantaba verme en el espejo (más que un acto narcisista creo que fue un momento de auto aceptación) y más aún bailar en público, fue como romper una pared imaginaria, pues los límites (y sobre todo los del cuerpo) una se los pone.
Ahora en mi rol de maestra, veo este mismo proceso una y otra vez: las alumnas llegan con camisas (casi camisones) y con caras de miedo.
Pero el empoderamiento es contagiante y al observar a sus compañeras con los vientres expuestos, van de apoco ¡sacándose la camisa! Eso sí, cada quien va en su propio proceso y tiempo y eso depende de procesos personales de aceptación o no, o bien de gustos personales. La mayoría siempre comenta, que justamente esta danza les ha devuelto el poder sobre sus cuerpos, pues es casi un acto rebelde pararse frente a cualquiera, bailar, vibrar u ondular, aunque no se tenga el cuerpo ni joven, ni flaco, ni voluptuoso y más aún si hay cicatrices. Hacerlo en un mundo que exige lo contrario y en el que todas las discusiones suceden sobre "el cuerpo".
Pero el empoderamiento es contagiante y al observar a sus compañeras con los vientres expuestos, van de apoco ¡sacándose la camisa! Eso sí, cada quien va en su propio proceso y tiempo y eso depende de procesos personales de aceptación o no, o bien de gustos personales. La mayoría siempre comenta, que justamente esta danza les ha devuelto el poder sobre sus cuerpos, pues es casi un acto rebelde pararse frente a cualquiera, bailar, vibrar u ondular, aunque no se tenga el cuerpo ni joven, ni flaco, ni voluptuoso y más aún si hay cicatrices. Hacerlo en un mundo que exige lo contrario y en el que todas las discusiones suceden sobre "el cuerpo".
La niña de vientre jamás conoció eso, digo, que jamás conoció la pena. En mi caso pese a crecer en un salón de danza siempre fui penosa y siempre me rechacé, era como muy “pudorosa” hasta que me reconocí en un espejo. Hoy con más años acumulados, también he acumulado peso. Pero esos, son otros 20 pesos!!
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