Ovucito, te llevo adentro de mi por un tiempo indeterminado y jamás te daré a luz. Iniciamos un nuevo ciclo, a ver si no te me pones impertinente como Pedro y para que veas que te quiero, te voy a contar una historia.
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Mi madre me llevó en su panza y me crió y ahora en esas ando, y mi hija --si así lo decide-- tendrá su momento y sus ovucitos para eso.
Hoy, ella (mi hija) me recordó que no me olvide de su deseo de celebrar su fiesta de quince años; me lo dice con una sonrisa mal intencionada, pues sabe perfectamente lo que eso significa en mi familia. Me mira fijamente, hasta que logra sacarme una carcajada, producto del recuerdo y entonces sentencia:
ah! mamá, vos si que has sido "especial".
Pues si, cierto. Si mi madre tuviese la oportunidad de dar un testimonio en televisión para que el país se entere y sentirse desagraviada, seguro que lo contara. Omitiré detalles, pero es algo que en mi entorno, se recuerda, como un chiste de familia.
Yo tenía catorce años, y una adolescencia muyyyyyyyyy, pero muy difícil. Me acababan de expulsar del colegio jesuita de San Salvador (tres avisos y pa` fuera). Mi mamá estaba desquisiada conmigo y yo desarrollaba un carácter fuerte. Pero a ella le obsesionaba una cosa: celebrarme una fiesta con eso de los quince. Lo hablaba, lo soñaba. Se lo decía a medio mundo. Desde luego que yo no quería nada de eso.
Para mí las fiestas siempre han sido una pérdida de tiempo, esas rosadas eran las peores. Aunque el Vals me gusta, en una celebración como esa, me parecía patética. No me imaginaba en esas y pensaba que nadie en el mundo debía obligarme a ponerme un vestido, hacer fiesta, bailar con un menso y todas esas cosas.
A pesar que fui siempre clara al decir "no quiero", "no lo haré", mi mamá compró vestido, zapatos, decoraciones, tarjetas, recuerdos, álbunes decorados, reservó fechas, etc. Fue tanto así, que comenzamos a tener problemas entre mi NO y su SI.
Una semana antes, tuve que hablar con mi papá y él me apoyó. Cuando cumplí 15 años fuimos a misa con la familia. En mi casa, mis amigos cercanos cenaron conmigo. Pero mi querida mamá estaba desconsolada. Tuvo que quedarse con todo: cancelando cosas, avisando a sus amigos, etc.
No sé cuanto gastó, pero no era ese el punto y nunca le pregunté porqué la obsesión. A veces creo que no me ha perdonado el episodio, de hecho si se lo contó a mi hija y ésta ha captado el sentimiento de la abuela, es porque se trató de algo que dejó huella.
El vestido aún existe, supongo que las tarjetas también. Mis hermanos, cada año lo cuentan a algún desconocido (con los chistes aquí omitidos) y mi hija, espera de corazón sus quince años. Lo hace con un objetivo: reivindicar a su madre y a su abuela. Dice que ella le quiere dar a su abuela un buen momento.
Por mi parte, siempre he pensado que en la vida no hay como ser uno mismo a pesar del costo. Siempre pensé que a nadie se le puede obligar ha hacer cosas que no desea. Pero ahora que soy mamá y que veo como es la personalidad de mi hija, entendí que hay forma de ver este asunto.
Cuando uno ama, hace cosas por complacer a otro. Mi mamá no tuvo una fiesta a sus quince, y ella siempre se esmeró conmigo. Lo que he bailado es por ella, además es quien hace mis trajes, decora mís bastones, caderines. Me va a ver en cada lugar en el que bailo. Claro, ya el centro no soy yo. Ahora la proyección de su esfuerzo es mi hija, ambas son la una para la otra. Tanto así que hasta los roles hemos perdido: soy yo la abuela (la que trata de tener cordura) y ellas un par de chiquillas que .....me sacan de mis casillas!
Cuando tenía 15, Ixbá era --en parte-- un ovucito lleno de sorpresas y que ni imaginaba tener. Al siguiente año, ah pues terminé privada de libertad, madrugando cada día para rezar en "angeluz" en un internado con mojas llamado "Colegio Bethania". ¡sin palabras! la cosa quedó más que purgada. (Ahora, soy yo la mamáaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaa)
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