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Nanas de las cebollas

Se trata de un poema de Miguel Hernández, que Joan Manuel Serrat musicalizó. Hernández hizo y dedicó a su hijo el poema luego de recibir una carta de su mujer, en la que le decía que no comía más que pan: y cebolla.

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Es belleza

Hoy en un semáforo, vi a una mujer con un bebé recien nacido pidiendo dinero, en plena calle. Era chiquito y frágil, creo que tendría un mes. Ella lo amamantaba, y él ni cuenta se da de su entorno. Como decía Hernández en el poema: "vuela niño en la doble luna del pecho: él, triste de cebolla, tú, satisfecho. No te derrumbes. No sepas lo que pasa ni lo que ocurre"

Mi niña, pensé. Es que el tiempo ha volado. Cuando ella nació ni me pasaba por la cabeza que la tenía que amamantar! La hice llegar al mundo en un hospital público (Maternidad) por convicciones o razones que ahora no tienen razón de aflorar. Luego de despertar, con ella al lado, leí un retrero sobre la lactancia materna.

¿? uy! recordé que para eso tenía pechos y que no sólo se trataba de prestar un vientre y pasar un transe con ellos. Al menos los seis meses siguientes, son para alimentar esa nueva existencia.

Mi niña, se prendió más de un año. y así estuve, produciendo alimento. Increíble es el cuerpo femenino. Por eso me maravillaba hoy al ver esa mujer, en medio de la pobreza, su cuerpo es el alimento de su niñito, esa luna doble del pecho.

el poema siempre me conmovió
(y por Serrat siempre me he derretido)

Comentarios

Pedro J. Sabalete Gil ha dicho que…
Siento lo mismo que tú por el poema y la canción. Me imagino la desesperación en la cárcel del poeta al recibir la noticia de cómo se alimentaba su niño.

...y a pesar de ello: hacer algo tan bello...

Saludos.
Carlos Abrego ha dicho que…
Ixquic*:

El poema, es cierto, es uno de los más bellos de Miguel Hernández. Y vuelto canción por Serrat lo he escuchado una infinidad de veces.

Pero lo que nos contás: esa madre en la calle, en una esquina, amamantando a su hijo o hija, me sigue indignando. Lo vi una vez, en Santa Ana, a la puerta de un hotel, tenía entonces tal vez once años. Desde entonces guardo la imagen grabada y muy viva mi indignación.

Una vez referí esto y me acusaron de miserabilismo. Pero eso no es, no ha sido una visión, una aparecida. Esa mujer es real, esa que viste. Vos no te la has inventado y al cuadro que hacés de la escena no le ponés más colores oscuros que los que ya tiene.

Se me parte el corazón y me recuerdo en algún banco de El Calvario, en largas disputas con el Eterno. "No le toca a El arreglar estas cosas", me dijo, un cura. Y agregó que buscara en mí la solución. Tal vez parte de la solución esté en mí, no lo niego. Pero fuera de mí hay cosas que tienen que ver con esto con mayor peso y mayor fuerza. ¿Qué hacer?

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