¿Has pensado –por algún arranque, por saturación de actividades o falta de tiempo, por hastío o demotivación personal —dejar de bailar? ¡No lo hagas!, al cabo de un tiempo la extrañarás y te arrepentirás. Mi madre me llevó a un salón de danza a los 4 años y la asumí sin cuestionar, pero tomé la decisión de dejarla a los 13 o 14 años; aunque fue más un acto de convencimiento pleno y rebelde, lo lamenté muchísimo y me devolví. Desde ese acto consiente de amor por el movimiento no me han importado las circunstancias, es una actividad tan vital como respirar. He conocido a personas que se inscriben a las clases y manifiestan que la danza las llena o la ven como una gran pasión, publican todos los pensamientos virales sobre la danza en sus muros… y de pronto se retiran, especialmente, cuando no ven en ella una forma de dedicar su vida (vivir de y no vivir para). Esta es una decisión personal y respetable pues cada quien sabe lo mejor para sí. Pero también se, que cuando una ama la
un espacio para reflexiones personales, relatos de vivencias sobre danza, espectáculo, la vida y los gatos